miércoles, 25 de febrero de 2009

LAGRIMAS DE CARNAVAL


Por: Fabian Velez Perez
M:.M:.


El domingo, mientras recorría la vía 40 enfundado en mi disfraz, mire hacia el público y de pronto mis ojos se llenaron de lagrimas, pero no eran lagrimas de tristeza, eran motivadas por la emoción de un publico delirante ante el paso de mi comparsa, las Marimondas de Barrio Abajo.

Llore por que al sentir los gritos y los aplausos, comprendí que me había perdido muchas Guachernas, muchas Batallas de Flores y Grandes Paradas, y en lo profundo de mi corazón sentí que no debía perderme ninguna otra.

Por que como barranquillero, en mi sangre corre el sonido de los tambores y de los millos, en mis oídos resuenan en cualquier momento los compases de "Te Olvide" y en mi mente se forma el recuerdo de los carnavales cuando por el motivo que sea me alejo de mi tierra.

Ese sentimiento me invadió en ese momento y sentí fluir en todo mi cuerpo esa adrenalina carnavalera que te da la energía para recorrer los largos kilómetros de sol y calor que tiene la Vía 40, que en un día cualquiera que no sea carnaval, seria incapaz de caminar pero que en una Batalla de Flores o en una Gran Parada, se hacen cortos, al punto de que no quieres que terminen nunca, y deseas seguir haciendo morisquetas para que la gente ría y baile al son de los porros y fandangos que acompañan el desfile.

Solamente aquellos que hemos sido tocados por el dios Momo, disfrutamos de ese esfuerzo físico de dos días de recorrido a pleno sol, dejando en el pavimento nuestro espíritu y nuestro sudor, simplemente a cambio de fugaces momentos de alegría de los espectadores, por que cada sonrisa, cada aplauso y cada grito que salen de los palcos y palquitos, nos alimenta de tal forma que en nuestro interior quisiéramos que hubiera mas de un carnaval en el año.

Al contrario de lo que muchos piensan, es ese sentimiento y no el alcohol el que nos da energías para bailar, y es el publico quien administra ese motivante, en dosis que se suministran en cada gesto de felicidad cuando hacemos palpitar de emoción a niños y ancianos, hombres y mujeres, nacionales y extranjeros, que se divierten de forma tal, que algunos, en ese momento dicen en voz alta “el año entrante me meto en una comparsa”

Por todo eso llore, y durante un momento me sentí elevado a las máximas alturas de la emoción, al comprobar que me quedan muchos sábados de carnaval por delante, para seguir embriagándome de felicidad, danzando con mis queridas marimondas.

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