lunes, 12 de abril de 2010

PERGAMINO Y PAPIRO

Por: Freddy Silva Fernandez

M:.M:. 30°


Entre las múltiples personas que he conocido se cuenta un señor con pinta de hippie que me abordó diciéndome que era cuentista y poeta, que escribía por pasión. Cuando iniciamos la conversación, que se hizo muy amena, me ofreció en venta unas hojas escritas en la máquina de escribir de su generación, “OLIVETTI”. El tipo en que estaban escritos los textos que me puso de presente se parecían mucho al periódico de la Resp:. Log:. Nueva Estrella del Caribe (mi logia madre y anterior taller) llamado “NUEVGO FULGOR”, él me manifestó que aborrecía el computador. Tomé y hojee uno de los textos y contenía un cuento llamado “EL PERGAMINO”, allí inicia haciendo una diferencia entre papiro y pergamino, pero el argumento del mismo no es sobre esta diferencia, sino que en un juego literario, después del primer párrafo se refiere a las aventuras de un príncipe de Austria y sus conquistas por toda Europa.


Lo que me llamó la atención no fue el contenido literario de los cuentos ni de los mal llamados libros que me ofreció, sino el tema de conversación que sostuvimos sobre el papel en que estaban escritos. Eran puro papel común, pero se refería constantemente a la influencia que tuvo el uso del pergamino y el papiro en el desarrollo de la sociedad. Afirmaba el poeta desconocido que tanto el Papiro como el Pergamino fueron usados para cimentar la escritura a través de la historia.


La inquietud me llevó a leer sobre el tema y a comprender que técnicamente el Papiro y el Pergamino se diferencian por su textura, el Papiro es sacado de la médula de un árbol, lo descubrieron los Chinos, y las obras escritas en este material se distribuían en varios rollos longitudinales.


Al llegar a mi biblioteca, además acudí a Internet dándome a la tarea de investigar el origen de la escritura y me topé con que el Papiro apareció en Grecia por el Siglo VII a. de c. Cuando la hoja de papiro estaba en blanco la llamaban “CHARTA” en latín y en italiano “CARTA”, de ahí se tomó el término que le damos a los documentos de comunicación escrita o la correspondencia que nos cruzamos. Los papiros griegos más antiguos datan del siglo IV a. de c., mientras que los de Egipto y Asia Menor vienen del Siglo III a. de c.


Cuenta la historia que en la antigüedad, toda la orilla del rio Nilo se encontraba cubierta de extensos cañaverales donde crecía salvaje el papiro. Pero era sobre todo la zona del Delta donde más se producía esta especie.


Para fabricar el papiro se secaban y machacaban las fibras de caña hasta que se pegaban entre ellas, luego las pulían con una piedra para formar hojas suaves que eran blanqueadas antes de utilizarlas.


En razón a que el papiro es muy rígido como para doblarlo, se unían las hojas para hacer largos rollos; los textos escritos en papiro no tenían palabras separadas, el final de un párrafo se señalaba subrayando su última línea. Por ejemplo, los textos de Aristóteles fueron escritos en Papiro y luego de su muerte pasaron a la biblioteca de Alejandría.


El uso del papiro como soporte de la escritura fue provocado por el crecimiento del aparato de gobierno egipcio que trajo como consecuencia un incremento de las actividades burocráticas, y era necesario plasmar de forma rápida y fácil los diferentes conocimientos adquiridos por los sabios, o los dogmas que componían que el cuantioso corpus religioso egipcio. Así, se generalizó el uso del papiro, más económico, manejable y de fácil distribución que otros soportes anteriormente empleados. Los primeros papiros que se preparaban para escribir tenían unas características excelentes, sin embargo, con el paso del tiempo, su producción se descuidó y se empezaron a fabricar ejemplares de no muy buena calidad para hacer largos rollos.


Es tan importante el tema del papiro que hay efectivamente un museo del Papiro en El Cairo, Egipto y otro en Siracusa, Sicilia (Italia).


El otro aspecto que quiero traer al taller con esta investigación, nacida de la inquietud que me generó la conversación con el escritor callejero a que he venido haciendo alusión fue conocer sobre el pergamino que inicialmente fue elaborado con la piel de la cabra o del carnero, y preparado luego de un técnico proceso de secamiento, material que inicialmente fue utilizado en la elaboración de los mandiles masónicos y los pendones de las logias, costumbre que se ha venido perdiendo en la masonería.


El mandil masónico, heredado de la masonería operativa, inicialmente era elaborado en piel de cordero y debía permanecer limpio y sin manchas, en la época actual ya muy poco se ven este tipo de mandiles; son verdaderamente hermosos, y cuando los vemos su elegancia es tal que sus portadores parecen ser el mismo Gran Arquitecto del Universo.


Según la tradición, se atribuye a la biblioteca de Átalo, rey de Pérgamo el mérito de haber convertido en uso público la utilización del pergamino como soporte de la escritura. Este Rey, quien luchó contra los gálatas y en el año 230 a.de c. los aniquiló después de unas cuantas campañas y llegó a dominar todo el noroeste de Asia Menor. Átalo mantuvo una buena alianza con Roma que despuntaba ya como pueblo dominador. En su reinado, Pérgamo sobresalió como un gran centro artístico y literario y su biblioteca llegó a ser la más importante del mundo conocido después de la de Alejandría.


Ya desde los tiempos antiguos se había utilizado el cuero como soporte de escritura, en varios países utilizaron piel de animal, los egipcios, los judíos, los asirios y los persas. Pero solamente alrededor del siglo III a de C., se inició un nuevo tratamiento del cuero, de forma que se adoptase mejor para recibir la escritura, tal innovación sucedió en Pérgamo, por lo tanto el pergamino es un "papel" de piel animal convertida en hojas aplanadas y lisas que permitían su utilización óptima como material de escritura. Para la preparación de pergaminos se utilizaban pieles de animales como la oveja, cabra, cordero y ternera; en Egipto se empleaban pieles de antílope o de gacela para obtener pergaminos de mejor calidad.


Para su utilización los pergaminos se purgaban introduciéndolos durante unos días en cal y mientras el cuero aún era flexible, se afeitaba por las dos partes para eliminar la grasa y quitarle las manchas, después se pulía con piedra pómez para alisarlo y reducirlo al tamaño deseado. El pergamino destinado a los códices era más fino y pulido, dado que se utilizaba por los dos lados, mientras que el de los documentos se pulía sólo por un lado.


Los romanos acostumbraron a teñir los pergaminos de amarillo o de rojo, aparentemente porque su blancura se ensuciaba fácilmente. Para los códices de lujo se utilizó el color púrpura, con escritura de oro y plata, el más famoso fue el Codex argenteus, llamado de Ulfila, porque representaba los Evangelios traducidos a lengua gótica por el obispo Ulfila, escritos con letras de plata de forma uncial.


Se escribían en pergaminos textos profanos y sagrados; hubo manuscritos reescritos dos o más veces. Más tarde se consolidó también la costumbre de utilizar el pergamino solamente para las actas de ciertas autoridades, como Papas o altos funcionarios. Actualmente los masones usamos papel pergamino, no propiamente pergamino, para la elaboración de diplomas y honores.


De los pergaminos, con alguna importancia para la masonería y que aún se encuentra en los archivos del Vaticano, es el “PERGAMINO DE CHINON”, en ese documento está contenida la absolución impartida por el Papa Clemente V al último Gran Maestro del Templo, Jacques de Molay, y a los demás jefes de la Orden después de que estos últimos hicieran acto de penitencia y solicitaran el perdón de la Iglesia; Los miembros del Estado Mayor templario son reintegrados en la comunión católica y readmitidos para recibir los sacramentos, esto sucedió durante la primera fase del juicio contra los Templarios, cuando Clemente V todavía estaba convencido de poder garantizar la supervivencia de la orden religiosa y militar, el documento respondía a la necesidad apostólica de eliminar de entre los frailes guerreros la infamia de la excomunión en la que se habían enredado solos al admitir que habían renegado de Jesucristo bajo las torturas del inquisidor francés. Como confirman distintas fuentes de la época, el Papa comprobó que entre los templarios se habían insinuado graves formas de malas costumbres y planificó una reforma radical de la orden para después fundirla en una única institución con otra gran orden religiosa-militar, la de los Hospitalarios. El acto de Chinon, supuesto necesario para la reforma, sin embargo, se quedó en papel mojado. La monarquía francesa reaccionó poniendo en marcha un verdadero mecanismo de chantaje que obligará seguidamente a Clemente V a dar un paso definitivo durante el concilio de Vienne (1312): al no poder oponerse a la voluntad de Felipe IV el Hermoso, rey de Francia, que imponía la eliminación de los Templarios, el Papa, una vez escuchado el dictamen de los padres conciliares, decidió suprimir la orden «con norma irreformable y perpetua» (bula Vox in excelso, 22 de marzo de 1312).



domingo, 4 de abril de 2010

EL TREN DE MI INICIACIÓN

Por: Fernando Borda
Aprend:. M:.


"Bueno Fernando, ya no hay marcha atrás"…Eso fue exactamente lo que me dije a mí mismo, y lo dije entre dientes para que mi guía no me escuchara, mientras me acomodaba la venda en los ojos. Estaba totalmente nervioso. Ni siquiera ese mordisco de sonrisa que me acompañaba desde que me estaba acomodando el corbatín frente al espejo en mi casa alcanzaba a mitigar mi nerviosismo. El tren de mi iniciación masónica comenzaba de esa forma su decidido viaje hacia la luz y conmigo abordo. Ángeles de mi guarda los versos de Antonio Machado "caminante no hay camino, se hace camino al andar" me dieron calma.

Lo que siguió fue todo confuso. Recuerdo ―eso sí― una mano amiga que me guiaba de arriba a abajo entre obstáculos, escaleras y pasillos mientras yo con mis ojos vendados, sólo me alcanzaba a imaginar eternos laberintos multidimensionales por los que iba atravesando con la ayuda de un par de sandalias que me quedaban grandes. Por fin me encontré pisando arena y ya sin venda en una suerte de cámara oscura y fría, cercado por una serie de imágenes que suscitaban más preguntas de las que respondían. Sobre una mesa, un pedazo de pan, una vela, una calavera, un espejo con unas inscripciones, un gallo, una lanza, una serie de advertencias que más que amenazantes, me reconfortaban, y, por supuesto un ataúd en el que reposaba un esqueleto. Lo comprendí; esos símbolos me estaban hablando. Y me hablaban con la autoridad milenaria de un antiquísimo idioma que articulaba una explosión de mensajes encriptados, una baraja entera de nuevos secretos que mis oídos y mis ojos tan novatos y profanos aún no estaban en capacidad de comprender.

Sobre la mesa encontré una hoja y unas preguntas. Recibí órdenes de contestarlas y así lo hice. Era un testamento. Tenía entendido que esta clase de documentos se escriben ante la conciencia de la propia muerte, por lo que así ―de repente― cobró sentido la escena; era mi testamento, mi muerte. Respondí y acto seguido, nuevamente vendado, atravesaba los mismos laberintos multidimensionales de regreso a quién sabe dónde. Un "¿Quién osa interrumpir nuestros trabajos?" quedó en el aire esperando respuesta. No tenía ni idea qué decir. Dudé. La mano amiga se adelantó a responder por mí. Sentí alivio. Atravesé una puerta mientras la punta fría de una espada sobre mi pecho me daba la bienvenida. Estaba convencido que aquel testamento que había escrito minutos antes moría conmigo. Pero no, ya había sido leído e incluso una voz me solicitaba aclaraciones. Pensé por un momento defender mis palabras, pero decidí dejar que hablaran por sí solas.

No recuerdo bien cómo, ni en qué momento, pero mi recorrido no acabó ahí. Tres viajes lo siguieron, cada uno más calmado y tranquilo que el anterior. En silencio agradecía a la mano guía que nunca me dejó tropezar, siempre se mantuvo firme, me dio confianza incluso ante el sonido de espadas y el calor del fuego. Al término del tercer viaje, me ofrecieron dos tragos. Me es imposible hoy recordarlo todo en estricto rigor, pero me es igualmente imposible olvidar el sabor de la primera bebida. La segunda supo mejor, aunque les confieso que no le bastó para disimular el sabor de la primera. Luego me pidieron sangre y ofrecí temerosamente la mano esperando el frío calor de una cortada que menos mal nunca llegó.

Ya me estaba acostumbrado a aquello de suponer y no ver, cuando me devolvieron la vista. Al alzar la mirada, me apuntaban 10 o 15 espadas a contraluz. No me inquietaron. Las sentí guardianas, casi amigas. Lo que más me impactó ―debo mencionarles― fue la fisionomía del templo. En mis ciegas especulaciones había imaginado el lugar como una especie de cueva medieval oscura. Linda fotografía hacían las columnas, las sillas, las vestimentas, los cuadros, el brillante piso ajedrezado y sobre todo ese alumbrado cinematográficamente que provoca un tono dramático. Vi a mi padre, masón invitado y comprendí ahí mismo muchos aspectos de mi educación bajo su luz, reconocí las caras familiares de Mauricio y de Alfredo Bustillo. Los demás rostros me miraban con una expresión de solmene bienvenida. Parecían todos personajes ficticios sacados de otra dimensión. Eso ―debo confesarles― me agradó. Supongo que no me gustan mucho las cuevas sin luz.

Aprendí unos símbolos, unas formas, unas palabras, unos saludos que ya no son más un secreto, pero sé que me esperan muchísimos más. Ciertamente es un nuevo idioma el que me aguarda sigilosamente desde cada uno de los rincones de la masonería.

El SegVig me ha pedido que escriba unas palabras sobre lo que sentí durante mi iniciación. Pues bien, el tren de mi iniciación hizo paradas en varias estaciones: miedo, incertidumbre, tranquilidad, ansiedad, alegría, paz, frío y hasta fiebre. Pero si he de rescatar una sensación en particular, sé de una que me acompañó en el momento más crucial de mi iniciación: el cuarto oscuro: hablo de aquella sensación de muerte. Una muerte muy simbólica, claro está, pero no por ello, menos intensa, porque se trata de la muerte del profano, conditio sine qua non de este nuevo despertar de la conciencia, de este renacimiento en forma de ApredM

Desde esa noche del 13 de agosto en aquel cuarto de reflexión ―con su mesa, su pedazo de pan, su vela, su calavera, su espejo con las inscripciones, su gallo, su lanza, su serie de advertencias, y, por supuesto su ataúd en el que reposaba aquel esqueleto― sentí que de alguna forma morí. Desde esa misma noche sin embargo ―debo confesarles― nunca me he sentido tampoco más vivo.

Varios brindis después, ya en casa, me miré nuevamente al mismo espejo que horas antes me devolvía la imagen de un tipo acomodándose el corbatín con una sonrisa emocionada en la cara y lo pude ver claramente. Era el reflejo de mi piedra bruta, la silueta de mi conciencia aún amarrada al mundo profano. Siempre había estado así ―supongo―, presa, atada, pero es que ahora era ―y soy― consciente de ello. Comenzó desde esa noche el trabajo para salir de mis tinieblas hacia la luz, de ordenar mi caos. La masonería ya me entregó las herramientas. Con la voluntad y la tenacidad firme de mi nuevo mazo iré dando golpes cada vez menos desbocados, cada vez más diestros al cincel que concentrando esa fuerza, la canalizará, la orientará y la distribuirá armónica y más certeramente en la dirección apropiada. Perforaré donde tenga que perforar, removeré las asperezas de lo inútil y lo perjudicial y esculpiré la forma del hombre que quiero ser desde las entrañas de esta piedra bruta, día tras día, tenida tras tenida, año tras año.

Ardua labor me espera ―vaya que sí―; el tren de esta iniciación sólo me ha llevado a una nueva estación cuyo horizonte (mucho más extenso) vuelca su mirada hacia el oriente. Voy lento y seguro, no llevo equipaje y con mazo y cincel en mano estoy dispuesto a ser el caminante de mis propios caminos. Me impulsa sólo mi decidida vocación de obrero por pulir mi piedra, romper mis cadenas y conquistar la plena y absoluta libertad, y por supuesto no esto solo, me acompañan ―ustedes― mis hermanos.