domingo, 5 de diciembre de 2010

EL MIGUEL ÁNGEL Y EL DAVID (Piedra Bruta y Existencialismo Ateo) [1]

Por: Fernando Borda
Aprend:. M:.


El Q:. H:. Seg:. Vig:. me había encargado la tarea de escribir sobre la simbología que entraña la figura masónica de “La Piedra Bruta”. A ello me dediqué y durante su estudio hice tres descubrimientos (entre comillas). Estoy seguro que a estas alturas tienen todos ustedes Queridos Hermanos, muy claros el concepto y la filosofía de la Piedra Bruta, así que no creo que mis “hallazgos” aporten algo nuevo. Sin embargo, se los comparto.


Para abordar esta empresa, lo primero que hice fue tomar el diccionario enciclopédico de la masonería para ilustrarme un poco y fue en su definición sobre “piedra bruta” que hice mi primer hallazgo. El significado de la simbología de la piedra bruta es bidimensional. Según el diccionario, la “piedra informe, irregular o bruta” es el emblema de los aprendices; simboliza la edad primitiva, el hombre sin instrucción y en la plenitud de su estado más natural. La piedra bruta es la imagen del alma del profano antes de ser instituido en los misterios masónicos. Este es el significado que yo llamo estático.


Pero la simbología de la piedra bruta no se agota en su solo concepto. Según el mismo diccionario, el cometido del aprendiz no es otro que el de trabajar sobre la piedra, que es él mismo, y lo logra mediante el estudio del simbolismo de su grado; esto es el desbaste de la piedra bruta. Aquí encontramos la segunda dimensión de la simbología, la dinámica; ese mandato imperativo hacia el aprendiz de convertirse en obrero de un trabajo simbólico, donde es al mismo tiempo instrumento y materia prima; objeto y sujeto de su labor. Es, en últimas, el Miguel Ángel y el David.


Otro aspecto me llamó la atención: el tema de la perfección. El aprendiz, dice Lavagnini, es piedra bruta en el sentido que representa su actual imperfección. Imperfección a la que debe darle forma individualmente puliendo las asperezas, esto es, los defectos, las debilidades, los vicios, las pasiones desbocadas. Con esto, la masonería reconoce implícitamente la perfección, inherente en el hombre. Este reconocimiento es diametralmente opuesto a la concepción del hombre que maneja el pensamiento religioso, por ejemplo. En el dogma encontramos a la naturaleza humana sumida fatalmente a una imperfección genética e inmutable, definida, dicho sea de paso, a contraluz de la perfección divina —no humana— de un dios. Mientras tanto, la masonería invita al hombre a auto-perfeccionarse. He aquí una diferencia radical.


Una vez resuelto el tema de su significado, aún me quedaba la duda de saber cuál es el propósito que entraña este símbolo, “¿por qué una piedra?”. Así hice mi segundo descubrimiento: además de implicar su significado una doble dimensión, la piedra bruta refleja también un doble propósito.


Resulta que desde el inicio de los tiempos, la piedra ha tenido variados significados para el hombre. En ella encontró siempre la capacidad de comunicar o representar virtudes divinas o humanas, por eso las veneró o las utilizó, por ejemplo, como lápidas sepulcrales. A partir de ellas construyó para darse refugio del clima, para dominar la naturaleza y para comunicar ideas en forma de arte, de experiencia, de normas.


El aspecto que me interesó fue el de la construcción. Construir es y siempre ha sido un proceso complejo. Comenzaba con la piedra en su estado natural recién cortada de su veta la cual se retiraba de la cantera y se la ponía junto a otras de su misma naturaleza. Sobre ellas se trabajaba en el picapedrero. Ahí se las tallaba, pulía, limaba con las mismas herramientas y siguiendo la misma técnica para darles la dimensión adecuada de acuerdos a los planos, con el propósito de que integrara armónicamente una estructura mayor, mucho más compleja: la obra.


En todas y cada una de las etapas de este proceso —corte, remoción, pulimiento, forma— había hombres especializados. Ellos eran seleccionados no por sus conocimientos o habilidades previas, puesto que no sabían de corte ni de pulimiento, sino que eran escogidos por su disposición de trabajar y con el tiempo, a esos hombres se les revelaban las técnicas ancestrales de construcción pasando entonces de obreros a maestros del arte.


Esa es la lógica del símbolo. Esas piedras brutas somos los masones, cortados y removidos de la veta del mundo profano, pero con la diferencia de que somos nosotros, al mismo tiempo, los encargados de limarnos, tallarnos y pulirnos con el objetivo de ser partícipes de la Gran Construcción.


Es decir, si bien el trabajo es individual, personal e intransferible, el resultado del desbaste no sólo sirve a cada cual aisladamente, ya que cada piedra una vez esculpida, debe participar en la Gran Obra, integrarse. Esto nos descubre el doble propósito de la simbología de la piedra bruta: primero, una labor de arquitectura personal y luego una labor de arquitectura social en cuanto a la inevitable proyección de integración en una sociedad de la piedra. La segunda no se logra sin la primera, pero sin la segunda la primera es incompleta.


Pues bien, precisamente aquí hice mi tercer hallazgo: esos dos propósitos de la simbología hicieron eco en lo que yo entiendo que son los dos primeros postulados de la filosofía existencialista de Jean Paul Sartre en su ensayo de 1945 “El Existencialismo es un Humanismo”.


El existencialismo como concepto en el mundo es bastante amplio y a veces difuso. Su valía fluctúa con facilidad al punto que la expresión “existencialista” puede ser, en veces, un cumplido; en otras un insulto. Sin embargo y desde el punto de vista filosófico, podemos resumir el existencialismo, como la corriente de pensamiento cuyo postulado fundamental es el de que los seres humanos, en forma individual, son los creadores del significado de sus propias vidas. Ya empiezan a aflorar las inevitables coincidencias.


El primer postulado del existencialismo, según Sartre, dice que el hombre no es otra cosa que lo que él hace de sí mismo. Esto se deduce de una premisa importante: la existencia precede a la esencia. Es decir, primero se existe antes de poder ser definido por ningún concepto a priori, luego se es y se es lo que el hombre quiera ser puesto que es libre —o como diría el mismo Sartreestá condenado a la libertad”. El existencialismo consiste en poner a todo hombre en posesión de lo que es y asentar sobre él la responsabilidad total de su existencia.


La coincidencia aquí es evidente: el aprendiz se construye así mismo dice Lavagnini; el hombre no es otra cosa que lo que él hace de sí mismo cuando se construye, dice Sartre. El hombre es ante todo un proyecto que se vive subjetivamente”.


Derivado del primer postulado, tenemos un segundo principio. Para Sartre, afirmar que el hombre es responsable de sí mismo, implica que es, a la vez, responsable de todos los hombres. Cuando el ser humano, individualmente considerado se elige —se crea, se construye así mismo— está construyendo al mismo tiempo la imagen del hombre que él considera debe ser. Esto es determinante en la filosofía existencialista y es lógico; elegir esto o aquello implica un juicio de valor, es afirmar tácita pero inescindiblemente el valor de eso que elegimos. El hombre que se construye se convierte en legislador para toda la humanidad del concepto ideal de hombre.


Este es una forma de ver la segunda dimensión de la piedra bruta. El masón está llamado, luego de pulirse, a integrar una obra social. Cuando la masonería propugna por el trabajo propio y el pulimiento de los vicios, las pasiones desbocadas, implícitamente hace una elección, que descansa en un juicio de valor. Esa es la elección del modelo de hombre para la masonería. Y ese hombre luego debe integrarse en sociedad, convirtiéndose la masonería en legisladora para toda la humanidad, y así lo ha sido, del concepto ideal de hombre.


Así puesto, la simbología que entraña la piedra bruta bien puede encontrar un aliado filosófico con el Existencialismo ateo de Jean Paul Sartre.


“Lo importante no es lo que han hecho de nosotros, sino lo que hacemos nosotros con eso que han hecho de nosotros; Un hombre no es otra cosa que lo que hace de sí mismo”——Jean Paul Sartre



Bibliografia:


[1] Para la realización de este ensayo se buscaron luces en las siguientes publicaciones. 1. Manual del Aprendiz de Aldo Lavagnini; 2. El Secreto Masónico de Aldo Lavagnini; 3. El Diccionario Enciclopédico de la Masonería; 4. “El Existencialismo es un Humanismo” ensayo escrito por el filósofo Jean Paul Sartre en 1945 en Paris.